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Imagina que estás en una reunión de trabajo donde asisten decenas -quizás centenares- de personas. Hay algunos compañeros de trabajo, pero también familiares, amigos de la infancia, artistas a los que admiras, un par de vecinos… y gente que seguramente conoces pero ahora no sabes de qué. De forma secuencial van emitiendo sus opiniones sin ningún orden aparente: ese enlace a una película que podría ser interesante es substituido rápidamente por la referencia a un énemiso vídeo de gatitos que caen al agua; los artistas famosos pregonan sus próximos conciertos y performances mientras un viejo amigo da detalles vergonzantes de la última pelea con su pareja. ¿Suena más a una pesadilla que a una reunión de verdad? Pues millones de personas se sumergen diariamente en un ejercicio así cuando consultan sus cuentas de Facebook y Twitter.

 

El futuro reside en tecnologías digitales que ayuden a establecer verdaderas redes sociales, basadas en intereses compartidos, en una cultura común, en un contexto que nos permita ir más allá del cotilleo inane y explicar y escuchar cosas que realmente sirvan, que sean transformadoras.

Llamamos a esas aplicaciones “redes sociales” pero las redes sociales no son una tecnología. Son un estado mental. Son una manera de relacionarnos. Antes de Facebook, antes del ordenador, antes de que inventáramos la rueda ya teníamos redes sociales. Una red social son esos amigos del instituto con los que todavía quedas para cenar de vez en cuando. O tu familia, incluyendo esa cuñada tan pesada. O esa gente que has ido conociendo durante años y comparten tu fascinación por las Harleys, la novela histórica, la comida japonesa o Julio Iglesias. Juntar a todas esas redes de intereses en un único espacio, aunque sea virtual es claramente una absurdidad y dentro de unos años, cuando revisemos nuestro verdadero “timeline” nos preguntaremos cómo podíamos encontrar tan fascinante esas agrupaciones cacofónicas, creadas para beneficio del propietario de la aplicación, que cuanta más gente tenga, más anuncios podrá vender, pero muy poco funcional para el usuario final.

Imagino que Twitter, Facebook y equivalentes seguirán existiendo en un futuro cercano, de la misma forma que Yahoo! o el portal de Terra todavía funcionan. Pero el futuro nos traerá otro tipo de aplicaciones para establecer redes sociales funcionales. El futuro reside en tecnologías digitales que ayuden a establecer verdaderas redes sociales, basadas en intereses compartidos, en una cultura común, en un contexto que nos permita ir más allá del cotilleo inane y explicar y escuchar cosas que realmente sirvan, que sean transformadoras.

Ciudades Emocionales te ofrece un espacio así, en el que la relación que establezcas con otras personas está definida a partir de una serie de intereses comunes y donde la ciudad (o ciudades) sirve de enlace, de contexto para crear cosas juntos, pasar a la acción, describir qué cosas hacen de esa ciudad algo especial, para bien y para mal; qué cosas te encantan y quieres que todo el mundo sepa, que cosas van mal y te gustaría cambiar, esas cosas que desde fuera parecen molestas pero que tú no quitarías por nada del mundo o esas prácticas, costumbres o edificios que los que vienen de fuera encuentran tan fascinante pero tú, si pudieras, borrarías de la faz de la Tierra.

El grupo es más sabio que los miembros más inteligentes del grupo, e Internet nos ha dado sobrados ejemplos de esta “sabiduría de las multitudes”. Con Ciudades Emocionales esperamos activar un espacio de creación e inteligencia colectiva que nos permita innovar socialmente en nuestras ciudades, establecer funcionamientos democráticos de discusión y ayudar a trasvasar esa sabiduría colectiva de una ciudad a otra. Entre todos, podemos descubrir un modelo de mercadillo de intercambio en Barcelona que es fácilmente adaptable a Sao Paulo, o poner de moda unos VJs de Recife en los locales modernos de Madrid. También despotricar del turista que no sabe más que beber hasta caer redondo, o simplemente cantar las bellezas de una puesta de sol en la playa -o en el Manzanares.

“Experiencia” es básicamente todo lo que te pasa, siempre y cuando se pueda mostrar en una foto, un video o un texto.

La gente de márqueting nos ha acostumbrado a una visión unidimensional de las experiencias. “Experiencia” es básicamente todo lo que te pasa, siempre y cuando se pueda mostrar en una foto, un video o un texto y se le puede asociar algún anuncio. Si además estás en Twitter, esas experiencias mágicamente se resumen siempre en un máximo de 144 caracteres. Y el resto de la humanidad puede llevar a cabo la gran contribución de decir si les gusta o no les gusta.

Pero las experiencias no son una cosa de blanco y negro. Las experiencias lo son porque generan emociones en nosotros. Emociones como alegría, miedo, tristeza, ira, repugnancia se combinan entre sí en una fascinante paleta para colorear nuestras experiencias con miles de matices. No todo lo que pasa en tu ciudad se puede cuadricular en “me gusta”/”no me gusta” y no es suficiente con poner tags a una experiencia para poder transmitir el impacto que nos causa. Por eso Ciudades Emocionales ofrece un sistema de etiquetado mediante las emociones, de manera que puedas tener un acercamiento mucho más personal, verdaderamente experiencial a una ciudad.

Dispones de etiquetas asociadas a emociones positivas como alegría, incluso euforia, neutras como sorpresa o duda y negativas como miedo, tristeza o ira. Positivo, negativo o neutro es, de todas formas, una forma de hablar: todas las emociones son importantes, y si eliminamos algunas de ellas, entraremos o bien en una descripción almibarada para vender nuestra ciudad a los turistas, o en una disección antipática y apocalíptica que sólo ayuda a ponernos de mala uva o depresivos y no aporta nada a la búsqueda de soluciones. Las emociones se combinan de formas inesperadadas. De ahí su riqueza: Cualquier evento es dodecafronte en relación a las emociones. Algunas acciones ridículas de los políticos en nuestra ciudad nos puede causar risa, pero otras quizás nos conduzcan a la indignación, quizás combinado por un miedo ante las consecuencias. Lo que hoy nos resulta divertido, mañana quizás empecemos a dudar, y el fin de semana nos parezca tristón. Un encuentro casual del que no esperábamos nada se convierte en una gran fuente de alegría. Cuatro personas valoramos el mismo evento y le asignamos etiquetas emocionales diferentes.

Las emociones no son simplemente sensaciones. Catalogan el mundo, describen nuestra relación con él.

Estas emociones se pueden capturar al momento, utilizando las aplicaciones específicas de Ciudades Emocionales para dispositivos móviles (smartphones y tablets) de manera que se pueda tomar fotos, video y audio del momento, etiquetarlo emocionalmente y además localizarlo espacialmente, para así ir creando un mapa de todos esos eventos que finalmente son los que crean una ciudad emocional.

Las emociones no son simplemente sensaciones. Catalogan el mundo, describen nuestra relación con él. Por ello son las acompañantes perfectas de un sistema más tradicional basado en etiquetas. Un sistema donde cada uno crea sus propias etiquetas es fácil que nos conduzca al caos de la redes sociales genéricas del que hablábamos al principio. Por ello, Ciudades Emocionales trabaja básicamente sobre ocho temas transversales, que ahora mismo son centrales para entender la evolución de las ciudades y la forma en que interactuamos con ellas. Esas etiquetas son: Hábitat, Espacio Público, sostenibilidad, redes, participación, estilos de vida, trabajo y gente.

Navegar combinando temas con emociones facilita el descubrimiento y la interacción, ayudan a que nuestras experiencias dejen de ser sólo ceros y unos y se abran a una conversación más vital con otras personas e instituciones públicas y privadas. ¿Qué personas te dan más miedo de tu ciudad? ¿Qué alegrías y tristezas nos reporta trabajar allí? ¿En qué redes sociales confías y cuáles te resultan dudosas?

Según vamos construyendo masa crítica esperamos acercarnos a más gente y establecer diálogos horizontales donde se olvide esa ficción del “ciudadano de a pie” y diseñadoras, ingenieros, alcaldesas, traficantes, policías, pensadores, vividores, taxistas, contables, economistas, médicos, bomberos, enfermeras, juerguistas, pintores de cuadros y de brocha gorda, tu y yo discutamos, comentemos y valoremos en pie de igualdad cómo es nuestra ciudad y qué emociones nos genera.

El futuro son redes sociales temáticas, específicas, asociadas a un espacio físico concreto y horizontales. El futuro es Ciudades emocionales.

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